lunes, 24 de diciembre de 2012

LA MUÑECA

Recibió su tesoro cuando cumplió tres años de edad y desde entonces, habían sido amigas inseparables. Una muñeca de cara redonda y morena con el cabello siempre despeinado y dos enormes chapetes colorados en sus mejillas. Su boca entreabierta con un agujero redondo por el que tomaba su biberón de agua. Un cuerpo de goma dentro del cual un pequeño conducto permitía que el agua bebida saliese al exterior mojando un pañal de tela cada vez que alguien hacía presión en la barriguita del muñeco. De aquí le venía el nombre con el que su dueña, su amiga, le había bautizado. Chispipí la había acompañado en sus sueños, en el primer día de jardín de infancia y también en sus vacaciones. Después cuando empezaron los dolores, hacía ya 5 años, el pequeño Chispi también había ido con ella al médico. Y cuando le sacaron sangre y ella empezó a llorar, el agradable abrazo del muñeco había sido la solución para tranquilizarla. Luego fue con ella al hospital y, aunque en la habitación estaban otros niños, para sus conversaciones, sus secretos, siempre estaba cerca la oreja del muñeco. A él se lo había contado todo. “Chispi, no te preocupes, me han dicho que estoy creciendo y por eso me duele la pierna”. “Chispi, mañana me van a hacer una foto de la pierna. Pero por dentro, me han dicho que no duele y que así se verán mis huesos”. “Chispi, tenemos que ir al hospital. Para saber lo que tengo me tienen que meter en una máquina que hace ruidos raros pero no me voy a asustar porque te dejarán estar fuera esperándome”. “Chispi, nos tenemos que quedar aquí, han hablado con papá y con mamá. Mamá me lo ha dicho sonriendo pero yo me he dado cuenta de que ella estaba triste y había llorado. Chispi, creo que me voy a morir, la pierna me duele cada vez más…”
Luego, tras la hospitalización vinieron más pruebas, más análisis, siempre con una aguja clavada en el brazo conectada a la botella de suero. Apenas tenía hambre y todo lo que comía, aunque fueran cosas ricas, lo vomitaba. No entendía por qué pero su pelo también empezó a caerse. Celebró así su cumpleaños en tres ocasiones y cada vez se encontraba peor. Su mamá siempre a los pies de la cama, hablando bajito cuando ella creía que no la oía. Así se había enterado de muchas cosas. Tenía una enfermedad bastante grave que le estaba  llenando el cuerpo de bultitos. Los médicos estaban intentando curar y muchas de las cosas que le pasaban era por culpa de las medicinas que le estaban dando, como la pérdida del pelo o las ganas de vomitar. Aquel día se encontraba bastante mal. Ya hacía mucho tiempo que no se levantaba de la cama y le habían puesto una mascarilla en la cara para que pudiese respirar. Sabía que al día siguiente, sería Navidad pero eso le importaba muy poco. Ya casi no podía hablar y estaba sola en la habitación. Mamá había salido llorando después de que el médico hablase con ella. “No hay esperanzas y la niña no llegará a mañana, lo siento.” Sintió frío y pudo oir la puerta al abrirse. Era mamá que le colocaba las sábanas. “Mami, ¿dónde está Chispi? Preguntó. No escuchó la respuesta pero de inmediato sintió un beso y el cuerpo de su pequeño muñeco junto a ella. Giró la cabeza para mirarle pero solamente intuyó su cara borrosa destacada sobre la almohada. Se abrazó, con suavidad a él y, como siempre, empezó a hablarle, casi en un susurro.

-      ¿Sabes Chispi? Creo que me voy a morir esta noche. Pero no te preocupes, me acordaré siempre de ti. Chispi, tú has sido mi mejor amigo y te voy a echar mucho de menos. No sé si en el Cielo habrá muñecos pero ninguno será tan bonito como tú…”

Fue entonces cuando, del muñeco, pareció desprenderse una oleada de calor. El brillo que inundó la habitación solamente fue percibido por ella. ¿Era posible que su mamá no se hubiese enterado de nada? Con el calor, notó que sus fuerzas aumentaban y de inmediato, comenzó a sentirse mejor. Tanto como para poder dormir hasta que los rayos de sol de una mañana de Navidad, incidieron sobre su cara. Miró a su mamá y a la enfermera y les dedicó una amplia sonrisa. “Tengo hambre”, dijo.
         Mientras esperaba el desayuno, miró la cara del muñeco y comprobó que algo había sucedido. Apenas tenía pelo y el sonrosado de sus mejillas había cambiado por un amarillo sucio. También la goma estaba distinta. Dura por unos sitios y llena de bultitos blandos por otros. La pierna se le había deformado. Chispi, ¿qué te pasa? ¿Te has puesto malito? No te preocupes, yo te voy a curar. Mira, aquí tengo tu “bibe”. Tómatelo todo y verás como te encuentras mejor…”
Aplicó el biberón a la boca del muñeco e intentó apretar pero dejó de hacerlo cuando el agua empezó a salir por la pequeña boca…
Los días siguientes fueron llenos de actividad. Pruebas continuas, análisis y radiografías de todo tipo. Nadie sabía la razón pero la enfermedad había desaparecido sin dejar rastro de ella. Algún diario se hizo eco del caso. “Milagro de Navidad” era el titular pero pronto todo se olvidó y la tranquilidad volvió a la habitación del hospital.
         Pero Chispi seguía estropeándose por momentos. “Mami, ¿le puedes colocar la pierna a Chispi? Es que se le ha caído…”

Y llegó el gran día. 5 de enero, noche de Reyes. Los médicos le habían prometido que pronto volvería a casa. Al día siguiente papi se presentó con un hermoso paquete. “Reinita, los reyes te han dejado esto en casa”, le dijo con una amplia sonrisa. Abrió el paquete. Era el último modelo de mini consola portátil, con pantalla de alta definición y un montón de juegos. Pegó un grito de alegría y tras dar dos besos a sus padres se puso a investigar el regalo casi inmediatamente.
Salió del hospital con la mirada puesta en la pantalla intentando que la princesa escapase de las garras de su enemigo el dragón gracias al poder de las esmeraldas mágicas que había obtenido jugando la pantallita anterior. Mientras tanto, en la papelera de una de las habitaciones del hospital, un pequeño y deforme muñeco esperaba, con una lágrima en sus ojos, a ser recogido por el personal del servicio de limpiezas.
        

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