Érase una vez un día… y un libro y, como no podría ser de
otra manera, hablamos del 23 de abril, día dedicado al libro porque en esa
fecha, corría el año 1616, murieron don Miguel de Cervantes y don William
Shakespeare. Murieron los dos en esa fecha pero no en el mismo día porque unos
años antes, el papa Gregorio XII había modificado el desfasado calendario
Juliano y lo que antes era 23 de abril pasó a ser 3 de mayo. Como los
británicos para este tipo de medidas van un poco a contramano, no adoptaron el
calendario gregoriano hasta casi 150 años después con lo que el 23 de abril
inglés se traducía al castellano por la fecha mencionada del 3 de mayo. En fin,
algo similar a lo que sucede ahora cada vez que iniciamos primavera y otoño con
el cambio de hora. Pero aquí no hemos venido a hablar de eso sino de libros, de
editoriales y de autores, pues, sea una
fecha o sea otra, el 23 de abril para aquellos que nos dedicamos a juntar
letras, tiene un significado especial.
Todo comenzó a las 12.30 del mediodía. Alex Von Karma nos
había preparado a Victoria y a mí un encuentro con los chavales del instituto
Francisco Ayala para hablar de nuestras obras en particular, de literatura en
general y de todo lo que quisieran preguntar los chicos como valor añadido. Les
contamos cosas, les hicimos leer en braille e, incluso, algunos osados, se
atrevieron a dar un paseo por el aula llevando los ojos vendados y con la única
ayuda del bastón blanco que tan útil nos resulta a los ciegos. Rafael, profesor
de literatura del centro también fue invitado a realizar dicho recorrido y
entre las sonrisas francas de sus alumnos, alguna cartera puesta en su recorrido
y algunos, pocos, despistes, logró finalizar la prueba. Su esfuerzo se vio
finalmente reconocido por los propios alumnos que le dedicaron una buena salva
de aplausos. Cordialidad, buen humor, sonrisas e incluso algún momento de
emoción con lagrimitas de por medio fue el mejor premio que Victoria y yo
pudimos recibir por parte de los chavales del IES Ayala. Una mención especial
para Rafael Salama, su profesor, por el buen comportamiento de los chicos y la
excelente recepción que tuvimos. Lo dicho. Si nos vuelven a invitar, prometemos
volver.
Y llegaron las siete y media de la tarde. Las gentes de
ViveLibro nos habían citado a esa hora en el café Libertad, calle Libertad, 8,
para dar comienzo a las actividades del Comando Libro. Muchos de los que nos
vieron, podrían haber llegado a la conclusión de que nuestra idea era la de
hacer una cata cervecera en todos los baretos del madrileño barrio de Chueca. Pero
no. Nuestra idea, no sé si la principal, era otra. Armados con nuestros
escritos, con nuestra simpatía y labia proverbial, iríamos atracando
culturalmente a los parroquianos que encontrásemos durante nuestro recorrido.
Entrar a un bar, acercarnos a una terraza, y regalar libros a todos aquellos
que fueran capaces de demostrar que eran amantes de la lectura. Para ello
solamente tendrían que enseñarnos que llevaban encima algún libro, en formato
papel clásico o digital, fuera cual fuera el asunto y esto nos llevó a regalar
un ejemplar a alguien que nos enseñó un manual titulado aprende italiano. El
fuego lo rompimos en el propio Café Libertad donde el camarero que nos atendió
pudo demostrar su afición a la lectura enseñándonos el ejemplar del libro que
estaba leyendo. En esos momentos el Comando Libro lo formábamos Nacho, Chema,
Raquel, Nieves, Elena, Feiny, Teresa y Manuel, o lo que viene a ser lo mismo,
un servidor de ustedes. La soldada Nidia y el cabo furriel Carlos, salían en
aquellos momentos de su acuartelamiento Valdemorillesco para aportar refuerzos
pues la acción se presumía peligrosa y con enorme riesgo para nuestra
funcionalidad hepática y mi régimen de adelgazamiento bikinero que tuve que sacrificar en pro de la cultura.
Por cortesía no nombraremos a algunos cobardes desertores, que también los
hubo, que una vez alistados hicieron, permítaseme la expresión castiza, mutis por el foro o lo que viene a ser, un
plantón en toa regla. Nuestro arsenal de armas literarias lo formaban:
“Comunicar discapacidad en la red: Invidente pero visible”, “Cartas a papá”, “La mirada del alba”, “Los cuadernos de Eva” y
finalmente “Esa tal Ducinea” como arma de destrucción masiva. El comandante Nacho,
cargaba, no sin esfuerzo ni sin protestas por su parte, una santabárbara
mochilera, para completar el armamento que pronto se vería implementado con
“Bajo mi piel” de la, todavía ausente, soldada Represa. Nada más salir del café
Libertad el carácter y arrojo de la tropa se vio representado en dos tácticas
distintas de combate. La primera, representada por la soldada Feiny, el gatillo
más rápido del oeste, que disparaba sus ejemplares a todo lo que se moviese.
Fuera humano o fuera bestia. Fueran hembras o varones, fueran borrachos o
sobrios, vírgenes o pelandruscas, frailes o seglares, la crueldad e
inmisericordia de dicha soldada no dejaba escapar sin un ejemplar de “Cartas a
papá” a ningún infortunado que se cruzase en su camino. La táctica opuesta por
la cabo chusquera Barambio, que parecía dispuesta a no soltar ni un solo
bombazo de “Los cuadernos de Eva” a no ser que el botín recaudado con esta
acción superase el esfuerzo armamentístico. Entre ambas posturas extremas, nos
hallábamos el resto de componentes del comando que no dudábamos en disparar
cuando lo considerábamos necesario reservando balas para ataques posteriores.
El primer objetivo lo marcó el teniente Nieto. A corta
distancia de nuestro emplazamiento se hallaba, en pleno mercado de san Antón,
el restaurante “La cocina de san Antón”. Una bonita terraza, con gente guapa
aficionada a la buena mesa y, como suponíamos que la cocina tiene tanto de arte
como la literatura pensamos que era un buen momento para empezar a disparar
allí nuestros libros. Nuestra buena intención quedó evidenciada cuando pedimos
al responsable de la terraza autorización para
llevar a cabo nuestra acción cultural. Le explicamos que pasearíamos
entre las mesas repartiendo libros a los clientes del restaurante. Pues bien,
el caballero responsable de dicha terraza se negó en redondo a ello bajo el
argumento de que sus jefes no lo permitían. Pedimos permiso para mantener una
corta entrevista con su oficialidad y el permiso nos fue denegado invitándonos
cortésmente a dejar libre la terraza de escritores y de esa cosa tan poco
comestible como muy molesta que son los libros. Sí que le advertimos de que su
heroica acción sería reflejada convenientemente en nuestro parte de guerra. La
literatura y el día del libro no tienen cabida en el restaurante “La cocina de san Antón”. Quizás esto no sea cierto del todo porque,
cuando iniciábamos nuestra retirada táctica, los clientes de una de las mesas
que habían asistido en silencio a nuestra conferencia con el mencionado
responsable, se acercaron al comando, sonrieron, nos enseñaron un par de
libros, y de inmediato fueron
obsequiados con otros tantos ejemplares convenientemente firmados y dedicados
por los autores. Después de todo, ellos refrendaron nuestro pensamiento inicial
del que hablaba antes. Ese que decía que cocina, arte y literatura son tres
buenas patas para el banco de nuestra salud.
En toda acción militar, lo más duro, y eso lo sabemos los
profesionales de la guerra, es la lucha urbana. ¿Qué mejor sitio para llevarla
a cabo que la mismísima plaza de Chueca? La acción fue clasificada como de
“alto riesgo” por el comandante Nacho que, para infundir valor a la tropa
consideró que la cerveza podría ser un buen estimulante. ¡Marchando una de
cervezas! En esta ocasión el suministro corrió a cargo de la soldada sin
graduación Feiny que demostró saber soltar euros con el mismo arrojo con el que
disparaba libros. Ya en las terrazas y aprovechando un grupo de músicos
callejeros que entonaban el muy antimilitaresco tango “Silencio en la noche”,
Teresa y yo iniciamos una maniobra de distracción bailando al ritmo de la
música marcando ochos, caídas y firuletes mientras el resto del grupo luchaba encarnizadamente
cuerpo a cuerpo con todos los allí presentes. Helena y Feiny disparando y
Barambio en la trinchera. Como acaecido bélico destacar un episodio de la
primera que se acercó a una mesa en la que una señora leía un libro. Helena le
explicó que esta acción iba a ser premiada con un ejemplar de “La mirada del
Alba”. La lectora se negó a ello pero no contaba con la tenacidad de la escritora.
¡Señora que es gratis! —insistió— y la otra que no y Helena que sí. Al final,
la pobre mujer abrumada no tuvo más remedio que rendir la plaza ante el férreo
acoso. Su capitulación se resumió cuando dijo: “Está bien pero recuerde que hoy
es el día del Libro y me tiene que hacer un 10% de descuento. Este desconfiado pensamiento
resume bien el comportamiento de muchas de las mesas que visitábamos que venían
a pensar que, tras el regalo literario vendría algún tipo de petición
económica. Después, cuando se percataban de que nuestra crueldad
milicoliteraria era sin ánimo de lucro, rendían con una sonrisa las armas
prometiéndonos escribir sinceras reseñas sobre los libros recibidos. Pero la
noche no había acabado. Nuestro departamento de comunicaciones volvió a
contactar con la soldada Represa y su cabo chófer conductor. La brújula del blindado no debía funcionar
demasiado bien porque, equivocados en su ruta desde el acuartelamiento de
Valdemorillo, dijeron estar en una carretera con un cartel delante que indicaba
“a Cacabelos 10 km”. Deberían pues rehacer su ruta para incorporarse, sin más
demora, a la zona de combate. El objetivo fue el bar “La
Senda de Xiquena” situado en la calle Prim. Una aguerrida camarera rindió la
plaza en forma de un par de rondas cerveceras, acompañadas de vituallas
aperitivescas. Pero la victoria no fue fácil. El fuego era encarnizado, los
hígados se rendían ante el extracto de lúpulo y, cuando la batalla empezaba a
darse por perdida surgió el milagro. A la voz de “dejádmelos que me los cargo a
tos”, la soldada Barambio, armada con “Los cuadernos de Eva”, salió de la
trinchera en la que se había guarnecido hasta entonces. Disparó el libro a la
camarera. Tenía el armamento prácticamente intacto salvo por un intercambio de
fuego amigo con la soldada Helena que respondió al ataque lanzando una granada
de “La mirada del alba”. Fue en la Senda de Xiquena cuando finalmente nos
localizaron Carlos y Nidia que, tras varios intentos infructuosos de localizar
al resto del grupo que les llevaron a recorrer desde su salida de Cacabelos las
localidades de Méntrida, Fuentes de Oñoro, Perales de Tajuña, La Carolina para
finalmente, haciendo un descanso en Ronda, llegar hasta el área de combate. Una
cosa está clara. Un señor puede ser muy simpático, saber mucho de redes
sociales, ser un magnífico abogado y no tener ni puta idea de cómo se maneja un
GPS. Sea como fuere, Nidia empezó de
inmediato a compensar la falta de orientación de Carlos haciendo gala de valor
disparando ejemplares de “Bajo mi piel”, ayudando también a la rendición del
objetivo. Una sonrisa de la camarera y una nueva ronda cervecera, regalo de la
casa, fueron las medallas que desde entonces llevarán orgullosas la soldada
Barambio, propuesta por aclamación para un ascenso por su acción, y la soldada
Represa que llegó tarde pero segura y, como dice el refrán que “más vale tarde
que nunca”, la oficialidad de ViveLibro, no hará constar en el expediente de la soldada la demora en
llegar a la zona de combate.
Pero ni el día había finalizado ni la batalla estaba
ganada. El siguiente objetivo era de una importancia vital. Uno de los centros
literarios más importantes de Madrid. Un lugar reunión de literatos, poetas. Un
lugar donde la CULTURA, así con mayúsculas,
tiene su máxima expresión. El centenario
“Café Gijón”, en el muy madrileñísimo y casticísimo paseo del Prado.
Nuestras armas apuntaron hacia allá y previendo una resistencia cruel, mandamos
al espía Carlos para que informase de las posibilidades de éxito del ataque. A
su regreso, el espía que, por pura casualidad no se había perdido, informó de
que el éxito estaba asegurado. “La plaza es suya, le había dicho el responsable
del lugar. “Hagan ustedes lo que quieran que están en su casa” — ¿Oído señores
de “La Cocina de san Antón”? ¡A ver si aprenden que los libros son cultura, no
molestias!
En el Café Gijón nos esperaban dos sorpresas. Una buena y
la otra mala. La primera es que estaban allí los chicos de Telemadrid,
recogiendo la actividad literaria de la Noche de las Letras. Enterados de la
existencia del Comando Libro, consideraron que era una noticia digna para
emitir en sus informativos. Entrevistas, preguntas, e interés total por parte
de los chicos de la prensa. Como sorpresa negativa fue que el lugar ya había
sido ocupado por los que pensábamos que eran compañeros de batalla. Un grupo de
poetas se había citado allí para dar un recital. Como no queríamos interrumpir
a nuestros compañeros poéticos, le pedimos permiso para durante un minuto,
explicar lo que estábamos haciendo. Un tipo avinagrado con cara de ajo a medio
freír, nos dijo que leches, que el acto era suyo y que ni un minuto ni medio.
Que cuando acabasen, en una hora o quizás dos, (sic) podríamos explicar nuestro
plan. En fin, amigo poeta, que usted y los suyos disfruten de la poesía. De
paso les recomiendo, en “La cocina de san Antón” tienen un camarero tan
simpático como ustedes. Vayan a conocerlo.
Puesto que, como acabo de contar no podíamos llevar a cabo una guerra civil
literaria, decidimos salir a la terraza del Gijón. Previamente la acción se
había internacionalizado puesto que entre las bajas enemigas ya había, además
de españoles, dominicanos, ecuatorianos e incluso algún belga a quien rompimos
sin piedad la literaria línea Maginot. Un comando enemigo de turistas
venezolanos descansaban tras sus compras del día Y nos enseñaron lo comprado.
¡Libros de Eduardo Mendoza! Para rendirlos no tuve más remedio que contraatacar
con un ejemplar de “Esa tal Dulcinea”. Un inciso. Rajoy y maduro pueden estar a
gorrazos pero los venezolanos y los españoles nada que ver con eso. Apretones
de manos, buenos deseos, sonrisas, besos y una promesa de comentar en este blog
las opiniones sobre los libros recibidos, fueron el valioso botín de guerra
obtenido. Pero por si la guerra no se había internacionalizado bastante, decidimos
que México sería un buen lugar para terminar… la guerra y el día. A paso
ligero, nos encaminamos hasta el restaurante “Sabor a mí” en la calle Augusto
Figueroa, 41. Coronitas, Pacífico, nachos y tacos se encargaron de terminar de
joderme la bajada de peso que tenía prevista para la semana. Habrá que
recuperar luego a base de lechuga, espinacas y ¡puag! brócoli. Pero el
sacrificio no fue en vano. A la una de la mañana, ya del 24 de abril, algunas
mesas seguían ocupadas por lectores impenitentes. Como también nos quedaba munición,
Chema las bombardeó con “Comunicar discapacidad en la red: Invidente pero
visible”. (Manda carallo con el titulito). Ahí hicimos algunas prisioneras
cuyos nombres y fotografías, constan al final de este parte de guerra. La
sargenta Raquel, de intendencia, nos enseñó un proyecto de identificación
diseñado por ella misma pero que no pudo concluir por premuras en la
preparación bélica del evento. Será para el año que viene.
Y como decía alguien:
““En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército de la
incultura, las tropas del Comando Libro han alcanzado sus últimos objetivos
literarios. La guerra, y este parte, han
terminado. (o algo así).
Manuel Enríquez