miércoles, 6 de febrero de 2013

Pariendo novela

Aquí estamos. Escribiendo una nueva novela de corte medieval que sigue la línea de la primera que edité: "Caminos del Oro Blanco". En esta ocasión nuevos personajes recorrerán las tierras castellanas que se extienden desde Béjar, Salamanca, hasta Briones en la Rioja. El vino será el fondo sobre el que se desarrolle la obra que, si la inspiración no me falla, esperotener completada el año que viene por estas fechas. De momento os traigo un adelanto y os aviso de que todavía no tengo pensado nombr para el "nascitururs".
Prólogo

                ‑Ahora señor –dijo el joven franciscano ‑ solamente deberéis esperar a que el sol que nos ilumina haga su trabajo.
                El aludido asintió con la cabeza. Con sumo cuidado extendieron el blanco lienzo sobre el suelo del patio empedrado de la vivienda. El sol de mediodía golpeaba con fuerza la ciudad de Florencia y pronto dejó sentir sus efectos sobre el lino. Casi de inmediato una serie de trazos aparecieron, como por arte de magia. Primero fueron manchas gruesas, después trazos mucho más definidos y líneas sutiles, casi imperceptibles. Cuando el proceso terminó  los dos hombres se miraron con la admiración pintada en sus rostros.
                ‑Es magnífico, mesié –dijo el más joven‑. Ahora solamente nos queda bañar la tela en una mezcla de vinagre y agua con sal.  Dejadlo así toda la noche y lavadlo al día siguiente con agua dulce. Os garantizo que el conjunto permanecerá inalterable durante milenios. En verdad‑dijo volviendo su atención al lienzo‑ mi preceptor Miguel de Cesena, no me exageró cuando me describió los prodigios  que sois capaz de realizar, armado tan sólo con un pincel y una paleta de colores.
                ‑No son menores que los vuestros, querido franciscano. No hubiera podido llevar a cabo este trabajo sin vuestra colaboración. Si nuestro querido amigo Duéze el zapatero de Avignon, supiera lo que podeis hacer con vuestros conocimientos, tened seguro que seríais acusado de brujería…
                ‑Nada sería más injusto –interpeló el aludido‑. Lo mío es puro conocimiento y estudio de muchas sustancias como las que he utilizado para dibujar los colores que ahora veis. Azufre, plata, mercurio, sales y otros compuestos que cualquiera podría fabricar. Incluso el propio Papa Bonifacio si es que él supiera cómo hacerlo. Siempre me gustó la alquimia y nuestro monasterio de Oxford cuenta con un excelente laboratorio donde, desde muy jóvenes, se nos enseñan los secretos de esta ciencia. Todo basado en la experimentación. Medimos, calentamos, mezclamos, siguiendo estrictos procedimientos. A veces la casualidad nos ayuda, siempre con el permiso de Dios, como por ejemplo, cuando nos dimos cuenta de que las sales de plata se oscurecen al contacto con la luz.
                Unos pasos resonaron sobre las piedras del patio y el joven monje guardó silencio. Ambos hombres dirigieron la mirada hacia la dirección de la que procedía el sonido. El mayor de ellos, sonrió al recién llegado. Un hombre joven, fuerte y serio, con una cruz patada roja bordada en el pecho. Una amplia capa de lana y piel apenas dejaba asomar la empuñadura de una espada a un lado y una corta daga en el opuesto. El recién llegado saludó con una inclinación de cabeza cuando el propietario de la vivienda se dirigió hacia él.
                ‑Jacques, viejo amigo. Gracias por venir a mi llamada. Mesié, dejad que os presente a este joven monje de quien ya os he hablado. Es quien me ha proporcionado los secretos necesarios para mi última creación –dijo señalando la sábana‑. Mesié de Maloy, Fray Guillermo de Ockham. Acaba de llegar de Roma y regresa a Oxford donde es discípulo del prior Miguel de Cesena.
                Ambos hombres se saludaron con una cordial sonrisa acompañada  de una inclinación de cabeza. El recién llegado se rascó la barbilla antes de fijarse por primera vez en el lienzo que estaba en el suelo. Una mirada de interrogación se plasmó en sus ojos.
                ­¿Era a esto a lo que os referíais, Angelo? –dijo señalando el dibujo con la mirada‑.
                ‑Si Jacques, a esto me refería –repuso el aludido mientras estiraba cuidadosamente la tela‑. ¿Qué os parece?
                ‑Me parece que terminaréis siendo acusado de brujería. El Papa Bonifacio va a considerar esto como una provocación.
                ‑¿El Papa Bonifacio? ¿Por qué tendría que enterarse Gaetani? ¿Se lo vais a decir vos?
                ‑Bien sabeis que no. Últimamente mi relación con Roma no es demasiado buena. Creo que nunca lo ha sido. El papado cada vez está más arruinado y es más corrupto. Constantemente necesitan más dinero y siempre acuden a la Orden para conseguir oro con el que seguir financiando sus excesos. En fin, Amigo Angelo, dejemos eso por ahora y decidme. ¿Qué pensáis hacer con esa pintura? Es de un realismo impactante.
                ‑La verdad –dijo encogiéndose  de hombros‑ no lo sé. Mejor dicho, sí lo sé pero resulta complicado de explicar. La idea se me ocurrió hace unos meses y, de inmediato, me puse a trabajar sobre ella. Pero las pinturas tradicionales no servían a mis propósitos. Cuando el de Cesena me preguntó que si podía hospedar a un joven fraile de Óxford durante unas semanas y me dijo que, a pesar de su juventud, era todo un experto en el arte de la alquimia, no dudé en solicitar su colaboración y aquí es donde entra nuestro buen fraile Guillermo de Ockham sin cuyos conocimientos nunca hubiera logrado lo que ahora está ante vuestros ojos.
                El joven monje inclinó la cabeza y retiró una pequeña hoja que el viento había depositado en la tela.
                ‑Mesié, lo mío es pura técnica y vos mismo, ahora que la conocéis, podríais repetirla. Pero lo vuestro es arte, señor. Os he visto como trabajabais estas últimas semanas y he visto como el sol hacía aparecer este prodigio ante mis ojos. Si no os conociera y no hubiera intervenido modestamente yo mismo en la elaboración, diría que es un milagro. Pero, sinceramente, no creo que sea conveniente para vos el exponer esta obra al igual que enseñais el resto de vuestros cuadros. Pensad que, para muchos, la distancia entre el milagro y la obra demoniaca es una línea muy sutil y las cárceles de Roma están llenas de hombres que, no supieron mantenerse a una prudente distancia de esta raya. Vos la habeis traspasado de una manera bastante evidente y hay clérigos muy poderosos que no dudarían en calificar la obra como una herejía.
                ‑Para eso, querido Guillermo, alguien les tendría que decir que la pintura es mía y eso es algo que no pienso hacer y confío en vuestra discrección y en la de mesié de Molay aquí presente.
                ‑Entonces –intervino este último‑ ¿es que no pensais enseñar vuestro trabajo?
                ‑Por supuesto que pienso enseñarla –contestó con una carcajada‑ Jacques, pero nadie me podrá achacar a mí su autoría. No pienso firmarla., Querido amigo, tengo ya demasiados trabajos firmados y estoy seguro, perdón por mi inmodestia, de que mi pintura trascenderá los siglos. Esto, estimados, va más allá. Una vez me dijeron que se puede engañar a todo el mundo durante un tiempo  o a un solo individuo durante todo el tiempo, pero que no es posible engañar a todo el mundo durante todo el tiempo. Ese es mi reto. Engañar a la humanidad, a toda la humanidad y que mi engaño perdure mientras haya vida sobre la tierra.
                ‑¡Por Dios, Angelo! ‑interrumpió enfadado el de Maloy‑.  Eso es soberbia y mereceríais que os ahorcaran por ello. Ahora lo entiendo, se trata de una broma más de las vuestras. Una broma como aquella vez cuando en el estudio de vuestro maestro pintasteis una mosca en la nariz de un retrato que él había realizado y Cimabue intentó espantarla con la mano.
                El monje se echó a reir imaginando la escena y, casi  a la fuerza, la cara seria del caballero, acompañó las risas del monje.
                ‑Sí, de eso se trata. Una broma, una broma que pienso gastar a la humanidad. A mis treinta y cinco años ya poco me queda por hacer –dijo acompañando sus palabras con la mirada de un niño travieso‑. Nosotros moriremos y, dentro de mil años,  mi broma seguirá obrando sus efectos.
                ‑Os reireis desde los infiernos.
                ‑Quizás, mesié de Maloy, pero entonces será la risa la que me sirva de alivio ante los numerosos suplicios que sin duda he de merecer. Pero… no os hice llamar para recibir reproches. ¿Sabeis? Tengo que viajar al Reino de  Castilla. Tengo unos importantes asuntos que resolver en aquellas tierras. Pero el camino  es largo y peligroso. ¿Teneis previsto realizar algún viaje en esa ruta? Vuestra compañía y la de vuestros monjes armados me serían muy gratas.
                ‑Conozco esas tierras. Estuve allí hace unos años pero, de momento solamente puedo ofrecerme a acompañaros un tercio de la ruta. Dueze me ha mandado llamar a a Cahors y he de partir en los próximos días. Me pedirá dinero. Está ansioso por ocupar la Silla de Pedro y necesita establecer sus redes para que a la muerte de Bonifacio VIII los cardenales depositen en él su voto. Eso, Angelo, significa que va a necesitar mucho oro y, como siempre, seremos los caballeros templarios, los que se lo proporcionemos.